Todo se acabó. Todo sale mal. No me queda más nada. Sentencias apresuradas de una depresión fallida. Un día gris, ordinario, socialmente aceptado y frecuente. Lo tomé como único, singular, vociferando el clásico "¿Por qué a mí? ¿Qué hice para merecer ésto?".
Hoy, tres días después de aquel gran bajonazo, me encuentro radiante, lleno de expectativas. Es increíble la cantidad de trucos y trampas que la vida nos tiene preparados. No se puede sino asumirlos y batallar con las armas que tengamos a nuestro alcance. Puede ser más sencillo de lo que parece. ¡Ojo! Todo sigue igual. Ciento ochenta grados a la perspectiva y problema solucionado.
Es así como comienza una nueva vida, en otro lugar, lejos de todo aquello que intentó hacerme mal, junto a ella, mi gran amiga. No es otra cosa que una prueba más, pero se trata de experimentar lo que hasta ahora veía improbable.
Hoy no estoy inspirado, probablemente se perciba en la redacción, y es más, no tengo mucho más que aportar. Pero esa ausencia creativa no desplaza ni opaca las ganas. Las ganas de salir adelante. Las ganas de vivir, de sentir, de experimentar, de volver a creer.
Ponderando lo que fue y lo que vendrá, me pongo contento. Me voy, orgullo de ser lo que seré, de hacer lo que haré, de tener lo que tendré. Exultante.
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