Nuestra idea del culo es, además, una particularidad nacional: no sé de ningún otro castellano -ni España ni América latina- donde 'tener culo' suponga los favores de fortuna. Habría que descubrir de dónde viene; por el momento, la tarea me excede. Lo cierto es que el lugar del culo en la cultura nacional es relevante.
Meterse algo en el culo puede ser malgastarlo, si es uno mismo el que se lo propone, o despreciarlo, rechazarlo si es otro el que te insta a que lo hagas. El culo, en argentino, da para todo: pocas palabras hay que digan tanto. Si nos miran el culo nos desean, si nos lo tocan nos está provocando o despreciando, si nos lo rompen nos derrotan. A veces es brutal y sorprendente, y uno se cae de culo mientras a otros se les arruga el susodicho.
Otras veces, en cambio, se nos vuelve ambiguo: hacer el culo se parece más a deshacerlo y el que culea no lo hace con el culo. Y, pese a tanto homenaje, nos sigue yendo como el culo y nos quedamos con el culo al aire. Algunos dicen, incluso, que eso nos pasa porque no lo movemos lo suficiente.
Caparrós dixit.
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